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Critica Sur » En foco » 13 dic 2021

historias de vida

El “barquito amarillo”: La trágica historia de una lancha que hoy es un lugar de juego en Río Grande

Era abril de 1978 cuando la lancha que iba a reparar una cañería para YPF en la Bahía de San Sebastián se vio envuelta en el fuego y se hundió. Siete hombres iban a bordo, tres de ellos murieron. Eduardo Ansó, uno de los sobrevivientes, volvió a Rio Grande después de 43 años para reencontrarse con el barquito amarillo: “Hoy cierro un círculo de mi vida”, dijo a Crítica Sur.


Por:
Redacción Crítica Sur

Sobre la costa de Rio Grande frente a la Municipalidad, el llamado “Barquito Amarillo” tiene su propio magnetismo, algo que llama la atención a los niños que pasan cerca de él a jugar. Varias generaciones de riograndenses jugaron a ser uno de sus tripulantes, y son pocos los que no tienen como recuerdo una foto sobre el. Es singular como la alegría y el dolor pueden conjugarse en un mismo lugar, ya que hay pocos registros de su historia trágica.

Bahía San Sebastián. 8 de abril de 1978. Era un día fueguino típico, ventoso pero soleado. Eduardo Ansó tenía 33 años y era buzo de una empresa que hacía trabajos para YPF. Viajaba a Rio Grande cada vez que lo llamaban. Su encargo era el habitual, tenían que reparar una cañería que perdía gas. Eran siete hombres a bordo de la lancha, pero ese día solo cuatro de ellos volvieron a la costa con vida. Esa es, en resumen, la historia del “Barquito amarillo”.

Pasaron 43 años desde ese día. El sábado 10 de diciembre Eduardo -quien vive en Buenos Aires y hoy tiene 77- volvió a Rio Grande para cerrar una etapa de su vida. Había querido hacerlo por años y fue hace pocos meses cuando Pablo, su sobrino, quien lo acompañó en este viaje, lo sorprendió: ‘El 10 de diciembre volamos al sur’, le dijo.

“Hoy cierro un círculo de mi vida, por un lado siento alegría y por otro lado emoción, es una parte de mi vida que la cumplimenté, gracias a un sobrino que me trajo acá”, cuenta a Crítica Sur, sentado sobre un banquito de madera que alguna vez se dispuso para quienes visitan la lancha que hoy es amarilla.

Por esos años trabajaba para una empresa de Buenos Aires que era de salvamento y buceo. Se dedicaba a bucear dentro de distintas especialidades como salvataje de barcos, recupero de mercaderías o poner explosivos. Viajaba a Rio Grande “cada vez que se rompía una manguera”.

La explosión

La lancha brindaba apoyo a los barcos petroleros, gaseros, livianeros y hasta las unidades de pesqueros de ultramar en la Bahía San Sebastián. “Éramos siete personas arriba de esta lancha que era de apoyo. Tres éramos de Buenos Aires, cuatro de una empresa que tenía el trabajo de hacer el apoyo a los petroleros y gaseros que iban a la Bahía”, recuerda Eduardo aunque no puede precisar cuál era su nombre original.

Los buzos se turnaban para bucear buscando la pérdida en una cañería de gas, cuando desde la costa inyectaron gas en vez de aire. “Cuando estas abajo no sabes dónde está la cañería, pero al inyectar aire, sale dónde está la pérdida y uno se tira buscando esa pérdida”, dice sobre cómo se trabajaba habitualmente en la reparación de ese tipo de problemas. Sin embargo eso no ocurrió ese día: “Como no tiene olor el gas cuando sale de los pozos, no sabíamos que realmente estábamos envueltos en una nebulosa de gas”.

“Los buceos para no hacer descompresión eran rápidos, de media hora, marea contra marea. Yo salí para decir cuál era la falla, había que cambiar una junta. Cuando arranca la lancha sucedió lo que tenía que suceder, se prede fuego esa nebulosa de gas. Se prende fuego la lancha, nos tiramos al agua. El último que caí fui yo por esas cosas de la vida”, relata.

Lo que siguió a ese momento es que fueron a rescatarlos con un bote. “Tres de mis compañeros fallecieron, tres éramos de Buenos Aires los que quedamos vivos y uno era de la empresa que era de acá de Rio Grande”, dice Eduardo. Su suerte fue mejor, sufrió algunas quemaduras de primer grado que el tiempo borró.

¿Qué cree que lo salvó? “Estábamos a 2 mil metros de la costa y estaba creciendo la marea. Cuando crece en una Bahía, te tira a la costa. Yo tenía el traje de rana, cuando nos tiramos al agua y salgo a la superficie agarré a un compañero que no tenía traje de rana y me dijo que tenía el hombro salido, lo agarro del otro brazo y esperamos que nos vinieran a buscar. Los tres muchachos que murieron se la jugaron solos, se fueron nadando en la desesperación a subir a una de las boyas. Cuando quisieron subir se les hizo imposible, la hipotermia los mató. A donde fueron a parar los cuerpos no sé. A mí me salvó el traje y que nos vinieron a buscar en un bote”, asegura.

A los dos o tres días de la explosión, los buzos que sobrevivieron partieron en un avión que dispuso YPF desde el Aeropuerto de Rio Grande para ser atendidos en una Clínica en Buenos Aires. A Eduardo lo esperaban su esposa y sus dos hijos. Nunca volvió a Rio Grande hasta el sábado. “Volví a Tierra del Fuego en algún momento de mi vida pero de turista, solo fui a Ushuaia, no pude venir a Rio Grande aunque siempre lo pensé”, asegura.

Al poco tiempo también dejó de bucear y su vida tomó otro rumbo, fundamentalmente por un hecho que sucedió el día que tomó el avión que los trajo por trabajo a Rio Grande ese abril de 1978. “En ese momento mi hija (que hoy tiene 46 años) tenía 3 años, cuando yo me voy de mi casa, me viene a acompañar al ascensor con la madre y me dice ‘papá no te vayas, quedáte’. Yo tomo el ascensor, aeroparque, Tierra del Fuego, Bahía San Sebastián: desastre. Eso fue lo que me hizo tener fuerzas para volver a Buenos Aires. Mi hija”, relata.

Mientras dialogamos con Eduardo sobre el “barquito amarillo” recordando el día que su vida cambió para siempre, varios niños suben y bajan. Ríen, juegan, se esconden y corren. “La vida es esto -afirma- están las cosas dolorosas y las alegrías. Lo que vivimos que es doloroso, lo vamos llevando con el tiempo a nuestra manera. Las criaturas empiezan a vivir su mundo, para ellos es alegría y para ellos esto es un juego, ni imaginan la desgracia que hubo acá”.

La Rio Grande que se encontró 43 años después es otra. “En el 78` eran poco más de 4 mil habitantes, hoy son más de 100 mil”, dice Eduardo quien no oculta su amor por este lugar.   

“Estoy muy contento, pese a que soy porteño, soy patagónico, me gusta Rio Grande. Amo Rio Grande, mucho me gusta, y hoy cierro un círculo de mi vida”, señala aunque todavía le queda un pendiente: “Tengo que ir a España también, mi viejo inmigrante nació en un pueblo vasco, Orbara, lindando con Francia. Así como hoy vine a tocar la lancha, tengo que ir a tocar la casa donde nació mi viejo que fue un tipo excepcional. Voy a ir”.

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