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Critica Sur » Sociedad » 13 abr 2017

Malvinas: 35 años después, surgen documentos secretos de la guerra

Se trata de una carpeta de la Armada inédita. Está repleta de sellos "Confidencial" y "Secreto" y reúne centenares de anécdotas relatadas por los infantes de Marina.


A 35 años del conflicto por Malvinas, surgió una serie de documentos secretos de la Armada Argentina que muestran cierta cara desconocida: un diario íntimo de la guerra.

Se trata de una carpeta de la Armada inédita. Está repleta de sellos "Confidencial" y "Secreto" y reúne centenares de anécdotas relatadas por los infantes de Marina.

Fue una orden directa de Carlos Büsser, entonces jefe del comando naval y líder de la fuerza que desembarcó en las islas el 2 de abril de 1982. A los soldados no les quedó otra que obedecer y se sentaron a escribir historias más o menos graciosas durante e incluso después de la batalla perdida, que dejó 649 argentinos muertos.

Entre los relatos figura uno que a los perros les adjudica poderes para predecir los ataques británicos y otro en el que un oficial detalla cómo cuidaban la limpieza personal, el vino y los cigarrillos mientras peleaban la batalla clave de Monte Longdon.

El diario Clarín procesó los papeles y presenta una producción multimedia que incluye numerosos materiales: facsímiles de los originales y cómo se consiguieron, varios ejemplos de anécdotas, galería de fotos, entrevistas con protagonistas, infografías y línea de tiempo histórica.

Algunos ejemplos de la carpeta secreta de la Armada

Gallina, la gaviota

En pleno operativo de recuperación, el 2 de abril de 1982, trasladaron muy herido al teniente de fragata Diego García Quiroga hasta el rompehielos “Almirante Irízar”, que funcionaba como buque hospital.

García Quiroga, un buzo táctico de 28 años, integraba el primer equipo que desembarcó en Malvinas y debía tomar la casa del gobernador isleño Rex Hunt.

En la residencia oficial recibieron el fuego de los Royal Marines y ocurrió la única muerte de la “Operación Rosario”: el capitán de fragata Pedro Giachino, jefe de esa Unidad de Tareas 40.1.5. Y hubo 2 heridos: el cabo enfermero Ernesto Urbina, que fumando esperaba atención con los intestinos al aire, y García Quiroga, a quien le pegaron 3 balazos: uno le atravesó el codo, otro el torso y el tercero se incrustó en un cortaplumas suizo que colgaba de su cinturón, a la altura de la ingle.

Estaba grave.

Un helicóptero llegó al “Irízar” con sangre para hacerle una transfusión. Aterrizó en la cubierta, dejó el material y despegó. El motor de la máquina succionó a una gaviota que volaba cerca de la popa. Fue un momento de tensión: si el pájaro entraba en la turbina, el helicóptero podía caerse al agua. Finalmente, pese a un esfuerzo enorme, la gaviota no pudo evitar las paletas del rotor de cola y quedó destrozada.

-¡Muy bien hecho! -gritó un conscripto del Batallón de Apoyo Logístico-. A estos ingleses ni las gallinas les vamos a dejar vivas.

El agua blandita

La Fuerza de Desembarco sufrió 2 ásperos temporales mientras navegaba hacia las Malvinas.

De hecho, el mal clima obligó a postergar el Día D: pasó del 1 de abril al 2.

Se padecieron vientos de unos 120 kilómetros por hora y olas de hasta 7 metros. Los barcos se bamboleaban tenebrosamente, con inclinaciones cercanas al tope de 55 grados que marca el rolímetro.

El “Cabo San Antonio”, que llevaba el grueso de la tropa, tuvo que refugiarse en el rumbo de capa y bajó la velocidad a 6 nudos (menos de 11 kilómetros por hora).

Entre los nervios y los vaivenes, casi no se podía descansar: algunos trataban de dormir atados o en el piso. E ir al baño resultaba bastante complicado.

-Era difícil acertar -cuenta Miguel Pita, el segundo comandante de la Fuerza de Desembarco-. Y no te podías mantener sentado…

“Parecía que el casco daba de lleno contra algo sólido”, relató Carlos Büsser, el jefe de los infantes.

-Qué fuerza tiene el mar, eh -le observó un cabo.

-Tenga en cuenta que cada metro cúbico de agua pesa una tonelada. Fíjese el tamaño de las olas y calcule contra cuántas toneladas choca el buque…

-Menos mal que las olas son de agua, que es blandita, ¿no?

Un gordito simpaticón

Los azotes climáticos se repetían e impactaban a bordo: algunos infantes de Marina rezaban pidiendo el fin de “aquel infierno danzante”.

En su relato, el teniente de navío Oscar Oulton (jefe de la Reserva) asegura que eligió especialmente al responsable de ametralladoras: era un suboficial de unos 130 kilos y “permanente buen humor”, para que “me mantuviera bien alto la moral de la tropa”.

Pero el mal de mar le había estropeado la gracia.

“Al tercer día de navegación -cuenta Oulton- hacía una recorrida habitual y en el fondo de una bodega estaba este inmenso suboficial tirado sobre un montón de bolsas de equipo.”

Se quedó mirándolo y el otro reaccionó:

-Señor, como ve, yo también estoy hecho bolsa.

Explosión de miedo

En Pradera del Ganso, la Compañía de Ingenieros Anfibios se dedicaba a juntar las llamadas bombas de racimo o belugas, esas que cuando se abre un dispositivo liberan varias bombas pequeñitas.

Eran apenas 3 hombres y tenían que neutralizar 900 artefactos en 2 días.

-¡Tenga más cuidado! -lo retó el segundo jefe al suboficial Marcos Quiroga.

-Señor, ya tengo 41 años. Viví lo suficiente y no tengo ni familia para preocuparme.

A los pocos días, el grupo hacía la voladura de una bomba en el aeropuerto cuando sonó una alerta roja: se venía el ataque aéreo británico. Y el suboficial Quiroga salió corriendo a toda velocidad hasta los refugios.

-¡¿Pero cómo?! -lo chicaneó el superior-. ¿No era que usted había vivido lo suficiente?

-Esto es distinto.

Cuidado: vino y aseo

Batallón Comando, Brigada de Infantería de Marina N° 1.

Lugar y fecha: Monte Longdon, 16 de abril al 14 de junio de 1982.

Sabíamos la importancia del abastecimiento de víveres, por lo que hacíamos rotar los grupos para bajar del monte para efectuar el acarreo. Lo más engorroso para subir eran las bolsas; lo más fácil, los cigarrillos; lo que más cuidábamos, las botellas de vino.

Cuando los cañones ingleses tomaron posición, las cosas se hicieron más difíciles. Los primeros proyectiles cayeron casi encima de los que estaban en la pendiente. Nos tuvimos que meter en los pozos. Al finalizar vimos con alivio que no había heridos y no se había perdido ni una botella de vino.

Los días de sol eran muy pocos; la neblina nos mojaba, había baja temperatura y viento constante. En las manos nos colocábamos 2 pares de guantes de lana. En los pies, con las botas mojadas, probamos varios métodos: nylon, papel… lo que más resultado daba eran las plantillas de cuero de oveja.

Uno de los mayores convenientes era mantener la higiene. En los alrededores del monte había varios ‘ojos de agua’. Se los clasificó como ‘Para tomar’ y ‘Para lavarse’. Cada día nos aseábamos una parte del cuerpo, sin tener que bajar al pueblo.

(Teniente de fragata Sergio Dachary, base Baterías, 30 de agosto de 1982.)

Corrientes y Darwin

Ya como prisioneros, los miembros de la plana mayor del Batallón Antiaéreo fueron alojados en un oscuro galpón cerca del puerto.

Uno de esos oficiales quedó a cargo de proveer luz. Consiguió un cable y la autorización de los Royal Marines, que vigilaban todo. Decidió dónde haría la toma de corriente y abrió una tapa de luz: había 8 cables. Y no tenía ningún instrumento para verificar cuál llevaba electricidad.

Entonces apagó la llave y buscó hacer la conexión en la lámpara que pendía del techo. Tampoco había escalera, así que armó una pila con latas de durazno al natural, se subió y procedió a cortar el cable con una pinza sin aislante.

Recibió tremenda patada.

Una vez recuperado, concluyó: “Si ahí había corriente, quiere decir que en la llave no hay”.

Fue y tocó la llave: recibió otra descarga eléctrica.

El guardia inglés ya no pudo contener la risa.

“Finalmente se prepararon 12 mecheros con aceite y grasa para iluminar el galpón”, describió el capitán de corbeta Dante Camiletti, jefe de la Fuerza de Apoyo Anfibio.

Sueldos de locos

El informe de 3 páginas que firmó el capitán de corbeta José María Maurizio para el Comando de la Infantería de Marina sostiene que cuando los integrantes de la Brigada 1 cayeron prisioneros, los británicos les preguntaron cuánto cobraban.

Los argentinos contestaron y el aire se llenó de incredulidad anglosajona:

-¿Y por qué combaten...?

-Para recuperar las islas que por derecho nos corresponden. Y por la bandera argentina.

-Ustedes están locos. Si a nosotros no nos pagan, y bien, no peleamos ni borrachos.

“Ellos son profesionales -dice hoy contraalmirante retirado Maurizio-. Fueron a Malvinas a hacer un trabajo. Nada más.”

El colado y el engaño

El 28 de marzo de 1982 se le fue el buque al cabo principal Armando Lorenzo Carballo, del área Comunicaciones: el “Cabo San Antonio”, donde debía transportarse hasta las Malvinas, ya había zarpado de Puerto Belgrano sin él.

Entonces se embarcó en el destructor “Santísima Trinidad”. Como polizón. Y enseguida empezó a planificar cómo llegar a su comando natural.

Tratando de no llamar la atención, logró agenciarse un contenedor de proyectiles. Después lo llenó de cartografía innecesaria. Y planteó que con urgencia necesitaba llevar personalmente ese “material sensible” al mismísimo comandante, que iba en el barco principal.

Le creyeron y al mediodía del 30 de marzo por fin llegó al “San Antonio”: lo llevaron en helicóptero... Apenas pisó cubierta, el cabo Carballo desapareció para integrarse al Batallón de Vehículos Anfibios como si nada hubiera pasado.

El contenido del cilindro que llevaba bajo el brazo “jamás se comprobó en forma oficial”, según indicó el teniente de fragata Jorge Paulo Barrales. Su reporte está fechado el 11 de mayo de 1982. Es decir, mientras aún sucedía la guerra: esa misma madrugada los británicos habían hundido al buque logístico “Isla de los Estados”...

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