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Critica Sur » Sociedad » 15 feb 2019

SOCIEDAD

Docentes y amantes de la Antártida: allá se casaron y ahora vuelven para dar clases un año en la escuela de Base Esperanza

Romina y Néstor viven en Tierra del Fuego, pero pasarán el ciclo lectivo 2019 conduciendo una escuela en la Antártida. La historia.


La temperatura media anual es cinco grados bajo cero. Desde el helicóptero, si estuvieran juntas viendo por ejemplo pasar unos pingüinos, las poco más de 60 personas que viven ahí parecerían muñequitos inmóviles sobre un extenso manto blanco: es la Base Antártica Esperanza.

Hay correo, hay puerto, hay registro civil, hay radio, enfermería, odontólogo. Hay unas pocas casas. Hay una escuela. No hay shopping. No hay spa. Hay que prever cuánto shampoo vas a necesitar todo el año. Evaluar si a tus hijos les van a quedar chicos los zapatos en dos meses. Tener la ropa adecuada.

Cada año, un matrimonio de docentes es elegido, en un exigente proceso de selección, para dirigir la escuela local, dinámica que permite a militares y científicos que trabajan en la base vivir con sus familias.

Las parejas que se postulan deben estar dispuestas a trabajar en tándem y saber enseñar todas las materias. Además, desarrollar un plan curricular y pedagógico anual, acorde a las aleatorias edades de sus alumnos. Armar todo, pensar en los materiales que precisarán, sin chances de ir a la librería de la esquina. Entrenarse en rubros como “aislamiento” y “superviviencia”, aprender a bucear, a esquiar, a usar motos de nieve.

Romina y Néstor, ambos de 38 años, ella sanjuanina (“pero vine de bebé a Tierra del Fuego”), él formoseño (“hasta 2009, que se mudó a Ushuaia”) son apasionados de la enseñanza escolar y los elegidos para este ciclo lectivo.

Romina emana una energía racional, propia de quien entiende las razones por las que hace lo que hace sin entrar en sensiblerías innecesarias: “Con Néstor nos preparamos juntos viendo el diseño curricular de la provincia y estudiamos todos los contenidos”.

Romina es Romina Lemos Pereyra, mamá de Mora e Ignacio, de 7 y 14 años. Néstor María Franco es el papá de los chicos, también docente y marido de Romina desde 2010. Eso en los hechos. En los papeles, sólo desde 2016. Se casaron justamente en Base Esperanza, cuando hacían la primera experiencia manejando la escuela, que, por cierto, es la provincial N°38 “Presidente Raúl Alfonsín”.

Es San Valentín. ¿Cómo la llevan? Porque el matrimonio atraviesa su primera década. Y trabajan juntos, y estudian juntos (licenciatura en Gestión Educativa) y se están yendo por segunda vez un año completo a un lugar congelado y remoto, donde lo máximo que podés alejarte de las mismas 60 personas es nada.

“Somos un equipo. Nos complementamos, nos ayudamos, nos damos ánimo. Él ahora ya está ahí. Yo voy este martes con los chicos. Esta mañana me mandó un video desde la Base, me dijo que nos está esperando”, contó ella.

Base Esperanza es, para ellos, especial: “Siempre habíamos dicho que nos íbamos a casar en un lugar raro. Cuando en 2015 se nos dio lo de ir a trabajar a la Antártida, él viajó antes que yo y el primero de enero de 2016 me llamó para saludarme por el año nuevo. Entonces me propuso que nos casáramos ahí. Me pareció una buena idea. Me puse en campaña con el tema de las alianzas, que compré en tiempo récord. Además tenía que llevar la indumentaria necesaria, un vestido. Los de la base colaboraron: una me hizo las uñas, otra me peinó, otra me maquilló. La Antártida es así”.

Este año van a tener 16 alumnos. Sólo seis son de primaria (dos ellos, sus hijos) y los diez restantes cursan la secundaria. Romina y Néstor les van a dar apoyo, pero las clases se las dictarán unas tutoras a través de una plataforma online provista por el Ejército.

Romina y Néstor se casaron en Base Esperanza en 2016.

Romina y Néstor se casaron en Base Esperanza en 2016.

Romina dice que la escuela es chica pero la cursada es grande. A la mañana hay clase regular; a la tarde, talleres deportivos y artísticos. De todo se ocupan ellos: “No hay tiempo para aburrirse”.

Y después, todos se ven en categoría de vecinos. “El trato es muy cercano. Estamos siete horas por día juntos y después nos vemos todo el tiempo. En los cumpleaños o los sábados, cuando toda la base se junta a comer en ‘el casino’, el comedor. Igual, los chicos entienden que hay un rato de escuela y otro de ocio. Es una experiencia muy gratificante”.

El jardín de Base Esperanza.

El jardín de Base Esperanza.

No es este el caso de una “escuela rural” sin recursos: “Vamos a implementar un proyecto de robótica con los de secundaria. La idea es trabajar con la creatividad, la programación y que de eso salga una creación. O sea, las nuevas tecnologías”.

Luego de que Romina y sus hijos lleguen a la base, el 22 de febrero conmemorarán el Día de la Antártida. Izarán la bandera, cantarán el himno, vendrán las palabras alusivas y una comida compartida.

Pero, ¿por qué pasar un año ahí? ¿Y por qué hacerlo por segunda vez? “Nos lo pidieron los chicos. Aman la tranquilidad de este lugar y pasar más tiempo con nosotros. Miramos películas, jugamos juegos de mesa, no perdemos tiempo viajando por la ciudad, estamos juntos”.

Pedazos de hielo junto a la costa de Base Esperanza, luego de que se congele la costa marina.

Pedazos de hielo junto a la costa de Base Esperanza, luego de que se congele la costa marina.

Además, los amaneceres: "Son increíbles, también los atardeceres, y a veces el mar se congela y la costa se llena de escombros. Es una imagen hermosa: muchos pedazos de hielo junto a la costa. Te sentás a mirar el horizonte y es hermoso. Hay mucha tranquilidad”.

(Clarín)

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